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jueves, 16 de diciembre de 2010

La cenicienta, por Marina (7años)

Había una vez una chica llamada Cenicienta, que vivía con su madrastra y sus dos
hermanastras. Desde la muerte de su padre, Cenicienta se había convertido en la criada de la casa y trabajaba duramente para contentar a la madrastra y a sus dos hermanastras. Un día, llego una carta en la que el rey invitaba al baile del príncipe a todas las jóvenes del reino.

La madrastra compró vestidos bellísimos para sus dos hijas, y a Cenicienta le dijo:
-Si quieres, puedes ir al baile, pero no voy a comprarte un vestido nuevo.
Cenicienta observó sus harapos. No podía ir al baile vestida de aquella manera. Así que muy triste ,tuvo que quedarse en casa mientras sus hermanas iban al baile. Cuando se marchaban, iban burlándose de la pobre Cenicienta:
Limpia bien la casa, Cenicienta. Si el príncipe pide nuestra mano, no querrá ver una sala tan sucia, ja, ja, ja...
Y si te sobra tiempo, puedes venir al baile, ji, ji, ji...

Cenicienta lloró desconsolada durante un buen rato. Pero, de repente, toda la habitación se iluminó con una luz muy brillante y oyó una voz que le decía:
No llores más. Yo te ayudaré.
¿Quien eres?- dijo Cenicienta, muy sorprendida.
Soy tu hada madrina. Rápido no tenemos tiempo que perder: tráeme una calabaza del huerto. La más grande que encuentres.
Cenicienta obedeció al hada y fue a buscar una calabaza. Entonces el hada dio órdenes al gato:
Tú, tráeme siete ratoncitos.
Y con su varita mágica transformó la calabaza y los ratoncitos en una bonita carroza tirada por siete preciosos caballos.
¡ Y ahora te toca a ti ! - le dijo el hada.
Con un movimiento de su varita, cambió los harapos de Cenicienta por un vestido azul con perlas cosidas en la cintura, y sus zapatillas por unos zapatos de cristal. Cenicienta parecía una princesa:
¡Oh! Hada madrina, ¡que feliz soy! ¡Ahora ya puedo ir al baile!
Si, querida, puedes ir al baile. Pero recuerda una cosa: cuando oigas tocar las doce campanadas de la media noche, desaparecerá el encantamiento. Tu carroza volverá a ser una calabaza y desaparecerá tu maravilloso vestido.
Por eso, debes salir del palacio antes de la medianoche.



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Cuando Cenicienta llegó a la fiesta, el príncipe se quedó prendado de ella. Las hermanastras comentaban:
- ¿ quien es ésa? ¿De donde a salido?
El príncipe y Cenicienta bailaron durante toda la noche.
Cenicienta lo estaba pasando tan bien que olvidó la advertencia del hada hasta que oyó las campanadas que marcaba la medianoche. Entonces salió del palacio sin despedirse del príncipe:
¡ Espera! ¡ Ni siquiera sé tu nombre!- le decía mientras la seguía.
Cenicienta tuvo tiempo de subir a la carroza y desapareció en la oscuridad.
Con las prisas, había perdido un zapato de cristal y el príncipe lo cogió.
A la mañana siguiente, el rey envió mensajeros por todas sus tierras en busca de la dueña de aquel zapato.
Pero no aparecía...

Final mente los mensajeros llamaron a la puerta de la casa de Cenicienta. La madrastra hizo pasar a los enviados del rey e hizo probar el zapato a sus hijas:
-¡ Ay ay! ¡ Un poco apretado! ¡ Pero me entra!- decía una de las hijas con el pie hinchado y apretado en el pequeño y fino zapato.
- No, el zapato no es de tu medida- dijo uno de los mensajeros.
Entonces los mensajeros vieron a Cenicienta:
¿Y ella?
Ella no puedes ser la joven que buscáis. ¿Acaso iba vestida con harapos como ella- protestó la madrastra.
De todas maneras, hemos de cumplir el deseo del rey. Todas las jóvenes del reino deben probarse el zapato.

Cenicienta se probó el zapato y, para sorpresas de todos, éste le iba que ni pintado. El zapato brillaba en su pie como una joya. Cuando el príncipe lo supo, se quiso casar con ella. Y el príncipe y Cenicienta fueron la pareja de novios más feliz de todos los tiempos.

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